domingo, 4 de agosto de 2013

NERUDA Y LA GASTRONOMÍA

Neruda a la ratatouille


En la obra y en la vida de Pablo Neruda conviven la poesía con la fantasía de la cocina y la voluptuosidad de la mesa. Concibió bebida y comida como formas de la sensualidad del cuerpo y espíritu, poniendo sal y pimienta no sólo a la poesía sino también a la vida cotidiana.
Pablo Neruda, galardonado con el Nóbel de Literatura en 1971, es para muchos el más importante poeta del siglo XX. Durante su vida tuvo una fantasiosa relación con la cocina y la mesa, estableciendo una relación frecuentemente muy cercana al estómago, propia de un sibaritismo culinario, es decir, del placer que podía ser el comer.
Su estancia en España y la vivencia de lo español en términos culturales marca la vida y obra del poeta. Su posición de cónsul en Barcelona y después en Madrid le permite disfrutar de un amplio acceso a restaurantes de buen comer.
Teniendo Pablo Neruda dificultades para masticar se decantaba principalmente por pescados al horno y no pocos guisos de ternera. Le encantaban las ensaladas frescas de temporada, en especial las de berros. Comía con gusto asimismo budines, tortillas y guisotes caseros de gallina o vacuno. En casa de los Neruda se comía simplemente, abundaba el arroz en todas sus formas y las patatas hervidas, las alcachofas y la fruta. Otros manjares habituales eran las aceitunas, que siempre le gustaron, así como el queso mantecoso y los melocotones.
Pablo Neruda disfrutó siempre la comida, de la más simple a la más sofisticada, acompañándola frecuentemente de buen vino, siempre de la región. Con el tiempo y enriquecido por sus numerosos viajes se convirtió en un verdadero gourmet, solemne y refinado, rodeado de sabores y perfumes peculiares, de Italia, Argentina, Indonesia, Perú o China.

De todos sus recuerdos nada es más sabroso que su libro Comiendo en Hungríaque comienza así:

“Está de moda comer!
Con piedra y palo, cuchillo y cimitarra, con fuego y tambor avanzan los pueblos a la mesa. Los grandes continentes desnutridos estallan en mil banderas, en mil independencias. Y todo va a la mesa: el guerrero y la guerrera. Sobre la mesa del mundo, con todo el mundo a la mesa, volarán las palomas.
Busquemos en el mundo la mesa feliz.
Busquemos la mesa donde aprenda a comer el mundo. Donde aprenda a comer, a beber, a cantar!
La mesa feliz.”

Neruda rindió homenaje a sus invitados y amigos con recetas como la que sigue, que aúna sus orígenes, con el cebiche, y sus ensaladas preferidas, con berros.

Es una entrada fría, de pescado crudo, cortado en dados y cocido con jugo de limón mezclado con cebolla, tomate y ají verde finamente picado.

WALKING AROUND

SUCEDE que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.

Sin embargo sería delicioso
asustar a  un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.

No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndome de pena.

Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.

Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.

Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto, 
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.

Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias.